Hay dos temas que me atraen especialmente en la literatura, el box y el jazz, temas que, por lo general, tienen un común denominador: la desgracia, la mala suerte, el destino adverso. Allí están, a manera de ejemplos, El perseguidor, de Julio Cortazar, que nos narra algunos episodios de la vida de Johnny, jazzista, obra que Cortazar escribió en memoria de Charlie “The Bird” Parker, uno de los grandes del jazz, y, en segundo término, la novela de Miguel Ángel Palou, Con la muerte en los puños, que nos cuenta la vida del Baby Cifuentes, boxeador, sin olvidar el puñado de cuentos que, sobre box y boxeadores, escribió Arthur Conan Doyle, de quien no todo fue Sherlock Holmes, aunque haya sido éste, y no algún oscuro boxeador, quien le otorgara la inmortalidad, favor que Conan Doyle pagó con la misma moneda, al resucitar, en La aventura de la casa vacía, al genial detective, después de que, ¿envidioso de la popularidad de su creatura?, lo matara en El problema final.