En mi biografía como lector primero fueron, en la preparatoria, las tres distopías clásicas: Un mundo feliz, de Aldous Huxley, de 1932; 1984, de George Orwell, de 1949, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, de 1953, todas ellas editadas por Plaza & Janés, en la colección Rotativa, obras que, como toda distopía (término acuñado por John Stuart Mill y al cual Jeremy Bentham se refería como cacotopía), nos presentan un mundo en el cual, quienes detentan el poder, pretenden organizar a los seres humanos tal y como está construida una máquina, con cada una de las partes en función del todo, por lo que no hay ni tiempo (todo está programado), ni espacio (todo está vigilado), para aspiraciones individuales, ni afectivas, ni cognoscitivas. Estas distopías son críticas al totalitarismo, que se encarnó, en el siglo XX, en fascismo o comunismo. Totalitarismo: la totalidad del tiempo está programada, la totalidad del espacio vigilada.
Posteriormente, en la universidad, fueron las tres utopías por antonomasia, todas renacentistas, y no solamente por la época, sino por el espíritu: «La ancha respiración del Renacimiento – escribió Alfonso Reyes -, corre por estas obras…», que son, de Tomás Moro, Utopía, de 1516 (texto del cual las demás toman su nombre genérico); de Tommaso Campanella, La ciudad del sol, de 1623, y, de Francis Bacon, La nueva Atlántida, de 1627, compiladas en un solo tomo por el Fondo de Cultura Económica, con un buen estudio introductorio de Eugenio Imaz, ficciones que, tal y como se espera de cualquier utopía, nos presentan (¿hasta qué punto también nos proponen?), un mundo ideal en el cual el ser humano, por fin, será feliz (¿realmente lo sería?).
Históricamente, para la humanidad, primero fueron las utopías y luego las distopías. Biográficamente, para mí, primero fueron las distopías y luego las utopías, cada grupo formando una trilogía, misma que, en el caso de las distopías, se deshizo por obra y gracia de dos ficciones que descubrí posteriormente: We, de 1921, de Yevgeny Zamyatin, y Anthem, de 1938, de Ayn Rand, novelas cuyo tema es la naturaleza humana, en dos de sus mejores manifestaciones: el amor en We y el conocimiento en Anthem.
We nos cuenta una historia que transcurre en el siglo XXXII, siendo su protagonista el matemático D-503, en tanto que Anthem nos relata la vida de Equality 7-2521, barrendero, que tiene lugar «in the dark ages of the future». Lo primero que llama la atención es que los personajes de ambas historias, en vez de ser nombrados, son etiquetados, D y Equality, para, en seguida, ser numerados, 503 y 7-2521, no reconociéndoseles (¿de parte de quién?) su condición, no solamente humana, sino personal. No son más que piezas de la máquina, cuyo nombre es One State, en We, y World Council, en Anthem, todo lo cual refiere a una globalización perversa, que no libera sino esclaviza.
En We la sociedad está organizada con el fin de alcanzar la mayor productividad posible, siguiendo los lineamientos establecidos por Frederick Winslow Taylor (1856 – 1915), padre de la administración científica, conocida como taylorismo. En Anthem al ser humano le está prohibido pronunciar las palabras «I, me, myself», debiendo siempre comportarse en términos de «we, our, they», con el fin de imponer la total y absoluta uniformidad, que es la despersonalización del ser humano. En We encontramos una sátira del capitalismo (en el mismo sentido en el que Adam Smith lo criticó: la enajenación del trabajador por medio de cierto tipo de trabajo), mientras que en Anthem la encontramos del comunismo, capitalismo que, bajo el signo del taylorismo, comparte con el comunismo, bajo el signo del marxismo, la naturaleza del colectivismo, enemigo a vencer por D-503 y Equality 7-2521.
¿Qué tienen en común Zamyatin y Rand, cuyo verdadero nombre fue Alissa Zinovievna Rosenbaum? Que ambos vivieron, en Rusia, los inicios de la era soviética, y que We inspiró Anthem, de la misma manera que inspiró 1984 y Un mundo feliz, razón por la cual la obra de Zamyatin puede ser considerada la precursora de las distopías del siglo XX. Orwell comenzó la redacción de 1984 ocho meses después de haber terminado la lectura de We, habiendo dicho que la tomó como modelo para su novela. Por su parte, si bien Huxley siempre lo negó, en más de una ocasión Orwell apuntó que el autor de Un mundo feliz se había inspirado, lo mismo que él, en We, apuntando que, siempre que lo negaba, Huxley mentía.
We y Anthem nos advierten en contra de quienes creen que la convivencia civilizada, que entonces se vuelve civilizada entre comillas, requiere de un proyecto común para los seres humanos, es decir, de la colectivización, que dé como resultado el One State o el World Council, cuando lo que la civilidad demanda es una convivencia por la cual cada quien, con el único límite del respeto a los derechos de los demás, pueda sacar adelante sus proyectos personales, convivencia que entonces se libera de sus comillas.
We y Anthem, ficciones que no sólo entretienen, ya que también cuestionan. We y Anthem, buena literatura.
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